viernes, setiembre 02, 2005


6.
- Era increíble -dijo Mario- parecía que aquel tipo iba a convertirse en un maldito insecto...
Le contó historias. No parecía, pero Mario era bueno contando historias. No era temprano y había un montón gente. La chica del delantal se llevó las jarras vacías y trajo dos más.
- Era absolutamente kafkiano...
Carolina siguió con la cabeza el compás de la música. Tenían que hablar gritando, y es por eso que Carolina prefería no decir nada. Mario le explicó que en el departamento de aquel tipo había un piano y cuadros. Por el DVD pasaban ahora un anime porno. La música era una mezcolanza entre Rolling Stones y Manu Chao.
Entonces Mario no se acordó de todas esas mañanas que amaneció perturbado. Y Carolina no pensó en los domingos que almorzó junto a Renato en su casa, ni en los largos paseos por el parque. No pensó en su relación de más de dos años. Pensó en Mario y aquella historia. No en el tipo que está a punto de convertirse en un insecto. Ella pensó en cómo la contaba. Y por primera vez se percató de los ojos negros de Mario. Y Mario pensó en acabar la cerveza y llevarla a algún lugar dónde estar a solas, un lugar no dentro de un espacio público, una habitación, acaso un mueble, un auto, algo, cualquier cosa, se conformaría con una habitación con las paredes cerradas en sus cuatro costados.
Acabaron la cerveza. Mario le dijo a Carolina que se iba al baño. Se lavó las manos después de orinar, y sacó un cigarro de marihuana. Lo prendió. Cuando estaba a la mitad de la fumada, un tipo de cara delgada y dreads le pidió una pitada. El tipo de deads estaba orinando. Le pidió que por favor se lo alcanzara a la boca.
Mario salió del baño asqueado, tenía una expresión horrible en la cara. Carolina le preguntó si le pasaba algo.
- Nada más un tipo en el baño.
Mario miró a los costados. En seguida le dijo:
- Vamos a otra parte.
Caminaron por Barranco. La cerveza y el viento helado que atravesó los árboles verdes y frondosos de Barranco, produjo en Carolina una especie de mareo fofo. Por lo que Mario la tuvo que abrazar todavía más, y cuando llegaron al malecón de Barranco la cosa ya se había puesto interesante. Mario no dejaba de besarla, y Carolina simplemente se dejaba llevar.
En eso dijo:
- Creo que es hora de irme a mi casa.
Pero Mario no la dejó ir. Apoyada contra la pared, Carolina solo entendía que nunca antes en su vida había sentido esa mezcla de ardor, comodidad y comezón aliviada.
- Mejor me voy a mi casa -dijo.
Mario no lo sabía en realidad, pero el afán que tenía por Carolina era más que un afán físico (sí, por momentos ella era muy hermosa, sobretodo cuando la tenía tan cerca) era un afán por lo imposible. Era la tentación al fracaso, un fracaso más estrepitoso que el anterior, más vulnerable. De ninguna manera era el placer que sentía al hacer desgraciado a otro, de quitarle la mujer a alguien. Era la aventura, desafiar al amor, un juego en el que el único que podía perder era él.
Pero eso Mario no lo sabía en realidad.